¿Hasta cuándo ser mujer será un obstáculo para ganar el Oscar de mejor dirección?

Por Camila S. Rodriguez López

La industria del cine ha sido fundamental para el desarrollo laboral y creativo de las mujeres en la sociedad. Desde los inicios del cine, muchas han encontrado éxito como guionistas—especialmente en los años 20 y 30—, así como en la edición, el diseño de producción y vestuario, y, más visiblemente, como actrices. Sin embargo, a pesar de que esta industria ha dependido en gran medida del talento femenino y ha sido un vehículo de independencia económica para muchas, la categoría de Mejor Dirección en los Premios Oscar no refleja esta realidad.

La ausencia de mujeres nominadas para este premio a través de la historia es super evidente y ha sido abiertamente criticada por muchos años. En 2019, 12 de las 14 películas dirigidas por mujeres que estuvieron entre las 100 más taquilleras recibieron mejores puntuaciones en Rotten Tomatoes que Once Upon a Time in Hollywood de Quentin Tarantino, la cual fue nominada a Mejor Película, Mejor Dirección y Mejor Guión Original. Aun así, cuando se anunciaron las nominaciones al Oscar de 2020, solo una película dirigida por una mujer—Little Women de Greta Gerwig—fue considerada en la categoría de Mejor Película, y ninguna mujer fue nominada a Mejor Dirección.

Quince años después de que Kathryn Bigelow se convirtiera en la primera mujer en ganar el Oscar a Mejor Dirección por The Hurt Locker, las mujeres siguen prácticamente ausentes en esta categoría. Este año, nuevamente solo una mujer ha sido nominada: Coralie Fargeat por The Substance, una película de terror que ha causado sensación tanto por su contenido como por la histórica nominación de su actriz protagonista. Pero con tantas mujeres haciendo cine en todos los géneros y escalas, ¿cómo es posible que aún estemos en esta situación?

Si bien hay múltiples factores que han limitado la participación de las mujeres en roles de liderazgo como la dirección, la producción y la cinematografía, incluso cuando logran superar estas barreras sistémicas, parece que el mero hecho de ser mujer sigue siendo un obstáculo para ser reconocidas en las categorías más prestigiosas de la industria. 

Las mujeres han sido parte de la industria del cine desde sus comienzos, pero durante la segunda guerra mundial, cuando los hombres fueron reclutados para el frente, las mujeres ocuparon más puestos de liderazgo en los estudios de Hollywood, asumiendo roles técnicos y creativos a los que antes no tenían acceso. Además, la necesidad de actrices femeninas en pantalla jugó un papel clave en la independencia económica de las mujeres dentro del cine. Sin embargo, la dirección ha sido un área mucho más inaccesible para las mujeres, debido a una serie de factores estructurales que han limitado la presencia femenina en la silla del director.

Si hay tantas mujeres talentosas que quieren hacer cine, ¿por qué sigue habiendo tan pocas directoras? Dame Heather Rabbatts, presidenta de Time’s Up UK, señala dos razones principales. Primero, “las personas tienden a contratar a aquellos que se parecen a ellos,” lo que significa que, dado que la mayoría de los ejecutivos, productores, y personas con poder de contratar son hombres, contratan en efecto a otros hombres. Segundo, “[la dirección] no ha sido un rol donde las mujeres hayan tenido muchos modelos a seguir.” En otras palabras, al haber sido históricamente un espacio predominantemente masculino, muchas mujeres apenas ahora están reconociendo la dirección como una posibilidad real para ellas. “Cuantas más mujeres directoras veamos emergiendo, más aliento recibirán otras mujeres para creer que ellas también pueden desempeñar estos roles,” concluye Rabbatts.

Pero más allá de la falta de modelos a seguir y del sesgo en la contratación, hay otro obstáculo más profundo: lo que la crítica Molly Haskell denomina el "big lie", la falacia de la inferioridad de las mujeres. Esta idea, arraigada en la sociedad durante siglos, ha sido reforzada por diversas instituciones, pero ninguna ha tenido un impacto tan global y persistente como la industria del entretenimiento. Hollywood, que tiene el poder de moldear la percepción colectiva, ha perpetuado narrativas que refuerzan este mito, desde la glorificación del genio masculino hasta la escasez de historias dirigidas y protagonizadas por mujeres.

A pesar de los esfuerzos de distintos movimientos a lo largo de la historia para erradicar este prejuicio, sigue manifestándose en múltiples formas dentro del cine: el machismo estructural, la objetificación de la mujer, el ageism que limita las oportunidades de las cineastas a medida que envejecen, la falta de representación de otros géneros y la escasez de oportunidades para crear una red de mentoría sólida. Todos estos factores han contribuido a que la silla del director siga siendo, en gran medida, un territorio dominado por hombres.

Más allá de las barreras que enfrentan las mujeres para dirigir películas, existe otro desafío significativo: el acceso a los premios más prestigiosos de la industria. Según el sitio web de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, para ser miembro del gremio de directores y, por ende, poder votar en los Óscar, se deben cumplir ciertos requisitos: contar con al menos dos créditos como directora, de los cuales al menos uno debe haberse estrenado en cines en los últimos diez años. Además, las películas deben ser consideradas “de un calibre que, en opinión del comité ejecutivo, refleje los altos estándares de la Academia.”

Si bien existe la posibilidad de que una directora con un solo crédito sea admitida si su película es nominada a Mejor Dirección, Mejor Película o Mejor Película Internacional, o si el comité decide hacer una excepción por “mérito especial” o “distinción única,” la falta de transparencia en estos procesos genera dudas sobre la equidad de estas excepciones y quiénes realmente pueden beneficiarse de ellas. Esta estructura no solo favorece a quienes han logrado consolidar carreras largas dentro de la industria—lo que históricamente han sido mayormente hombres—sino que también dificulta la entrada de nuevas voces, especialmente aquellas que provienen de comunidades marginadas.

Además, las mujeres enfrentan otros obstáculos invisibles en la temporada de premios, como campañas de marketing menos robustas para sus películas, menor cobertura mediática y la persistente percepción de que las historias dirigidas por mujeres son "de nicho" o menos universales. Estos factores contribuyen a que, a pesar del talento y la cantidad de películas dirigidas por mujeres, su presencia en categorías como Mejor Dirección siga siendo mínima.

Hasta la fecha, solo diez mujeres han sido nominadas al Oscar en la categoría de Mejor Dirección y únicamente tres han ganado: Bigelow, Chloé Zhao por Nomadland (2020) y Jane Campion por The Power of the Dog (2021). El hecho de que en 2023 ninguna mujer haya sido nominada y que en 2024 y este año solo haya habido una nominación femenina demuestra que el progreso ha sido lento y desigual. Sin embargo, la presencia de Fargeat en la carrera es significativa no solo por su talento, sino porque representa una evolución en las historias que pueden ser reconocidas como "dignas" de prestigio dentro de la industria.

En From Reverence to Rape, Molly Haskell explica cómo el cine ha moldeado las percepciones sobre la mujer y su papel en la sociedad, perpetuando lo que ella llama "the big lie": la falacia de la inferioridad de las mujeres. Hollywood ha sido un vehículo de esta mentira, limitando las representaciones femeninas y reforzando roles que relegan a las mujeres a un segundo plano. La lucha por la equidad en el cine no solo se trata de lograr más directoras nominadas, sino de permitir que más historias sobre la experiencia femenina sean contadas y valoradas. La nominación de The Substance marca un paso hacia adelante en este camino, demostrando que las historias que confrontan las desigualdades de la industria pueden tener un espacio en el reconocimiento más alto del cine.

Aun así, el hecho de que Fargeat sea la única mujer nominada este año evidencia que el sistema sigue operando bajo esta “gran mentira”. Este problema va más allá de la ausencia de directoras en las nominaciones: históricamente, la mayoría de las películas galardonadas han centrado sus narrativas en personajes masculinos y han sido dirigidas por hombres. La primera mujer en ganar el Oscar por Mejor Dirección fue Kathryn Bigelow por The Hurt Locker (2009), un thriller bélico que sigue a un escuadrón de desactivación de bombas en Irak. Su victoria fue un momento histórico y un reconocimiento merecido a su talento y visión cinematográfica.

Sin embargo, es revelador que la primera mujer en ganar el premio lo hiciera con una película donde las mujeres están prácticamente ausentes. The Hurt Locker no solo carece de protagonistas femeninas, sino que también apenas pasa el test de Bechdel, lo que resalta un patrón en la industria: las historias con personajes y perspectivas femeninas rara vez son reconocidas al mismo nivel que las de sus contrapartes masculinas. A pesar de los avances, el cine dirigido por mujeres sigue estando más validado cuando se ajusta a las sensibilidades de audiencias y críticas tradicionalmente masculinas.

Eso no quita que Bigelow haya logrado algo crucial: demostrar que las mujeres pueden dirigir cine de acción, bélico y de alto presupuesto con la misma maestría que cualquier hombre. Su victoria fue una prueba de que las directoras no deben limitarse a géneros asociados con lo femenino, como el coming-of-age o el romance. Aún así, sigue siendo significativo que más de una década después, películas dirigidas por mujeres que ponen en el centro experiencias femeninas sigan teniendo dificultades para obtener el mismo reconocimiento.

La nominación de Coralie Fargeat por The Substance representa un paso en la dirección correcta. Su película, que aborda el edadismo y la hipersexualización de las mujeres en la industria del entretenimiento a través del horror corporal, ofrece una visión abiertamente feminista que difícilmente habría sido reconocida en años anteriores. Si bien su nominación demuestra progreso, la lucha por una representación más equitativa—tanto detrás de cámaras como en las historias que se cuentan—todavía está lejos de terminar.

* Las opiniones y puntos de vista de quienes escriben son de su exclusiva responsabilidad y no necesariamente reflejan la voz de la Asociación de Documentalistas de Puerto Rico, o de quienes colaboran con la misma. 

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